Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: «Mirad, lo traigo afuera para que sepáis que no encuentro en él ningún motivo de condena». Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: «¡Aquí tenéis al hombre!». (Juan 19, 2 – 5)
Ilustra este misterio la imagen del Relicario de las Santas Espinas que se venera y conserva en la Basílica de San Pedro del Vaticano de Roma.
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